viernes, 29 de mayo de 2009

Había una vez...


Había una vez un pueblito, donde el viento hacía de las suyas para delicia de los chicos que nos divertíamos remontando cometas.
Pero no eran cometas compradas. Eran fabricadas por nuestras manos de niños y niñas que dedicábamos horas y horas, entretenidos con aquel papel finito, finito, que se rompía con apenas tocarlo. “Papel cometa” le llamábamos, y llegado setiembre, era seguro que el almacenero del barrio no daba a basto para cubrir la demanda de los pequeños clientes, (me incluyo), que apenas soplaba el viento en la cuchilla, se despertaban con ganas de armar una cometa. Y salíamos a buscar cañitas, para cortarlas cuidadosamente y atarlas con piolines, y luego pasar a la decoración de esa obra de arte infantil.
Era la parte más atractiva del trabajo. Engrudo y tijera era todo lo que se necesitaba. Y a la hora de la siesta, la dedicación y el ingenio hacían aparecer una cometa espectacular, porque había sido hecha sólo por nosotros,y el orgullo y la satisfacción no tenían límite….
A veces se decoraba con figuras de flores o pájaros, o simplemente usábamos distintos colores para convertirla en un arco iris volador. Y después, ¡a probarla! cualquier lugar era apropiado, pues calles anchas y bulevares no faltaban en el pueblo. Así que nos reuníamos dos o tres vecinos del barrio, y a veces algún padre que se divertía más que nosotros, para lanzar al aire aquel pájaro extraño. Muchas veces mirábamos con un poquito de envidia la del otro, que era más linda, o más grande que la nuestra. Pero eso nos motivaba, porque seguramente haríamos otra en cualquier momento, y procuraríamos hacerla mejor.
Y ahí estábamos. De pronto… ¡volaba! Hasta que… al poco rato, zas! al suelo. Culpa de la cola, hecha de retazos, que nunca era del tamaño adecuado: corta…o muy larga. Pero el entusiasmo no decaía. Volvíamos a empezar a remontar nuestra cometa, esperando que llegara más alto que las otras.
Recuerdo que eran comunes las competencias de cometas entre los compañeros de clase, cuando hacíamos paseos al chalet, una casona antigua con un gran terreno donde pasábamos el día compartiendo juegos, y entre ellos, era infaltable el concurso de cometas. A cual más grande y colorida.
Eran tiempos de entretenimientos creativos y saludables.Parecían tan largos los días y los meses! Un año, parecía eterno, y las vacaciones de verano, no terminaban nunca…
Qué bueno que disfrutamos así de nuestra infancia. Momentos como esos, siempre nos acompañan, en especial cuando todavía vemos alguna cometa surcando el cielo. Aunque sea comprada.
Cristina

2 comentarios:

celiabe dijo...

Lindo pueblo'¡¡¡
Debe ser lindo vivir en un lugar asi.¡cuantos habitantes son?
Se ven comidas ,carnaval,raid,de todo..
Saludos
Celia

Cristina dijo...

somos 3000 más o menos... intentando superarnos como ves, trabajamos mucho! cuando quieras venir, bienvenida a nuestras fiestas!